La meditación tradicional contempla como primer paso la consecución de una postura estable antes de iniciar el trabajo con la mente. Porque solamente después de haber conseguido la quietud física se puede iniciar el proceso que llamamos meditación.
Una vez conseguida la postura estable, es preferible practicar meditación junto a una persona que lleve varios años meditando porque, si bien internet y los libros nos pueden orientar, lo cierto es que nuestra conciencia vibrará en otra frecuencia cuando nos encontremos meditando cerca de un gran meditador.
El practicante comienza por sentarse en postura de Siddhâsana, es decir, con la columna recta y sobre un cojín, con las piernas cruzadas y las rodillas a la altura de las caderas. Aunque para las personas con dificultades, también existen variaciones con movimientos conscientes o simplemente sentados en una silla.
La primera finalidad de la meditación es el intento de establecer una mente ecuánime y neutral, una mente testigo que comienza a despertar en el practicante cuando éste ha centrado su atención de forma consecutiva en la práctica de la discriminación, la concentración y la proyección contemplativa.
La mente testigo comienza por observar, permitir y reconocer el flujo de pensamientos que recorren nuestra pantalla mental. Primero quizá veamos fluir aquellos que llegan desde el preconsciente… ocupados con los quehaceres pasados y futuros. Seguidamente es posible que también transcurran aquellas obsesiones circulares no resueltas… para dejar paso más tarde a las propuestas llegadas desde el inconsciente… con aquellos asuntos olvidados o sorpresivos.
También podemos comenzar a visualizar los colores y las luces que nos indiquen un viaje meditativo invitándonos a la contemplación. De este modo se llega a superar la mente dual, porque no existe diferencia entre el sujeto que analiza y el objeto analizado, ya no hay análisis sino síntesis y unidad.
Una meditación puede ser individual o grupal y realizarse en quietud o en movimiento, todo depende del objetivo previo que el meditador se haya propuesto. No es sencillo comenzar aunque lo único importante en un principio es intentar conseguir ese estado de quietud y calma internos.
De la gran variedad y tipos de meditación existentes, se pueden extraer algunos elementos estructurales a la mayoría de ellas como son la atención sobre los contenidos mentales, la concentración sobre un objeto elegido y la proyección de las representaciones mentales o contemplación.
Además, señalamos la eficacia de la meditación con mantras, no sin antes hacer un guiño a las mal llamadas “meditaciones guiadas”, que no consideramos meditación sino una técnica de relajación. Muy indicada como paso previo a la meditación, porque propicia la llegada a la mente consciente, de ciertos contenidos preconscientes e inconscientes (samskaras-vasanas) unas impregnaciones mentales que pueden formar parte de la meditación o impedir que la persona pueda acceder a su conciencia impersonal.
1- La meditación basada en la concentración se denomina Tratak. Es un tipo de meditación que trabaja sobre una parte del proceso completo y tiene como objetivo desarrollar un tipo de atención sobre un objeto de meditación como un yantra, un mandala, la imagen de una flor, el símbolo del OM o bien una llama. La Hatha Yoga Pradipika (II-31) define esta meditación del siguiente modo: “Mantener la mirada fija en un punto, con el espíritu en calma y concentrado en ese objeto pequeño, justo hasta que las lágrimas broten.” (p. 142)
Esta técnica ayuda a reducir los movimientos oscilantes de la mente orientándola hacia una concentración unidireccional. Un movimiento por el que el cerebro consigue aislarse de los estímulos que en la vigilia le proporcionan los sentidos a través de la percepción ordinaria.
¿Han oído hablar de la Meditación Trascendental?, bien pues el mantra se dirige hacia la fuente trascendental de toda manifestación y su eficacia deriva de esta cualidad trascendente, en tanto que sumerge al participante en la energía pronunciada. El hombre accede a lo Real gracias a una energía que es a la vez palabra (vâk), conciencia (cit) y soplo de energía vital (prâna).
Además, cuando recitamos un mantra estamos actuando directamente sobre la glándula pineal que, denominada regidora de las regidoras en el sistema endocrino, secreta la hormona serotonina, precursora de la melatonina, apreciada a su vez como un potente antioxidante.
Pero las implicaciones de esta práctica van más allá de la acción puramente fisiológica porque cuando la epífisis se estimula, en el yoga tántrico se dice que se activa el tercer ojo, el ajna chakra, relacionado con el desarrollo de la intuición y de la inteligencia creativa. Una puerta que permite a la mente ampliar su horizonte perceptivo y su conciencia, más allá de la verdad relativa que pretenden conformar las apariencias.
El sexto anga implica acceder al estado meditativo denominado Dharana, momento en que las representaciones mentales son dirigidas por la atención consciente hacia un punto determinado. Este ejercicio promueve la retirada del flujo mental y proporciona una claridad mental que permite al meditador observar cómo el pensamiento está modelado por el deseo. Este “darse cuenta” se define como el momento intemporal de Dhyana, un instante en el que el pensamiento retorna sobre Sí-mismo para conocer su verdadera naturaleza. Una reflexión sobre Sí, que es el reflejo de Purusha en la Prakriti, el reflejo del espíritu en la materia o la unión entre Sujeto y Objeto, entre Âtman y Brâhma, un instante en el que se ha realizado la proyección, la reabsorción cósmica identificada con el Samâdhi.
Pero las contemplaciones pueden ser muy creativas y durante la etapa de Dhyana se puede contemplar la impermanencia de todo cuanto nos rodea, introyectar las cualidades divinas de un objeto de contemplación o quizá vislumbrar claramente aquello que en el estado de conciencia normal no alcanzábamos a ver.
Gina Panalés