Sabios de todos los tiempos coinciden en decirnos que el origen de la ignorancia humana radica en creer ser lo que no somos a la vez que desconocemos por completo nuestra verdadera naturaleza. Todas las tradiciones espirituales abordan de una manera o de otra el problema de nuestra verdadera identidad, siendo probablemente el advaita vedanta la que lo encara de una manera más directa y radical. Este linaje que arranca con Shankara, y llega hasta nuestros días, pasando por Nisargadatta, hasta maestros contemporáneos tan preclaros como Mooji o Eckhart Tolle, coincide en señalarnos que nuestra verdadera naturaleza es consciencia eterna, infinita e inmortal, siendo cualquier otra definición que hagamos sobre nosotros mismos una reducción del nivel de consciencia hecha desde la mente, o lo que es lo mismo, una identificación.
En la práctica, cualquier palabra, sea adjetivo o sustantivo, que añadamos al presente del verbo ser para definirnos a nosotros mismos, supone una autolimitación. Si digo soy español, soy abogado, soy experto en artes marciales o soy un pobre desgraciado, todo esto son reducciones de mi verdadera identidad hechas desde un nivel de consciencia fragmentado, ya que desde un punto de vista absoluto lo único que puedo afirmar es: yo soy.
Visto con más detalle, el origen de todas las identificaciones, la identificación básica sobre la que se asientan todas las demás, el error básico de percepción por así decirlo en el que estamos atrapados el 99,999 por ciento de los seres humanos, es la identificación con el cuerpo: si digo o pienso de mi mismo que soy astronauta, del real Madrid, catalán o que soy terapeuta transpersonal me refiero implícitamente a que yo, o sea, este cuerpo que creo ser, es alguna de estas cosas. Ya que si tomara distancia de este cuerpo y hablara desde la perspectiva de una consciencia plenamente desidentificada no haría ninguna de estas afirmaciones referentes a mi cuerpo como si tuvieran que ver conmigo. Dicho de otra forma, si eliminara la creencia de ser este cuerpo, no tendría que ir una por una descartando cada definición acerca de lo que creo ser, pues todas se vendrían abajo como un castillo de naipes una vez socavada esta creencia básica que sostiene a todas las demás.
Para las personas que han tenido experiencias extracorporales tales como viajes astrales, experiencias cercanas a la muerte, deslocalización de la consciencia o vivencias dimensionales, el hecho de que su ser no se reduce a su cuerpo físico resulta muy evidente y lo aceptan con total naturalidad. Para el resto de las personas, que son mayoría, la afirmación de no ser sólo el cuerpo les suena a simple locura.
Así, he estado pensando tres días sobre este tema: Si soy consciencia eterna e ililmitada, ¿por qué sigo viviendo, percibiendo y sintiendo como un cuerpo mortal? Ser lo que soy debería ser la cosa más sencilla del mundo. Debe de haber algo que pueda hacer aquí mismo y en este mismo instante para transcender o liberarme de esta identificación con el cuerpo; debe haber algo que todos, persona corrientes y molientes, podamos hacer aquí y ahora para instalarnos en nuestro verdadero ser. No todos tenemos la preparación energética para hacer viajes astrales; no todos podemos irnos a vivir junto a un maestro despierto que nos señale a cada paso en qué punto hemos quedado atrapados en una identificación; no todos podemos programarnos las noches para salir del cuerpo y tener vivencias dimensionales ni podemos planificar el fin de semana para tener una experiencia cercana a la muerte a ver cómo es eso de desencarnar. Debe de haber una manera mucho más sencilla… Después de la tercera noche, quizá por haber dormido bien, quizá por haber contactado sin saberlo con mi doble cuántico, una frase me vino a la cabeza como una instrucción: “Sentir amor. Desear lo mejor a todos los seres”.
Y me puse a practicar esto, lo cual no resultó ser difícil. Humanamente todos sabemos lo que es sentir amor por algo o por alguien, sea nuestra mujer o nuestros hijos o al menos nuestro perro o gato. (Todos menos los psicópatas, almas de bajo nivel evolutivo aunque a veces asociadas a una mente muy inteligente). Desear lo mejor a todo ser viviente tampoco es difícil, aunque la mente a menudo trate de interferir para dar su opinión sobre quién lo merece y quién no. Lo de menos es el objeto o destinatario de nuestro amor, sino observar esa energía que emana de nosotros y se mueve libremente. Ahora que estoy instalado en esa energía es fácil ir un pasito más allá y decir: esta energía que fluye a través mío, esto es lo que soy. Y al instante puedo observar que esta energía que soy ya no está limitada al cuerpo: como por arte de magia, eso que soy ha transcendido las fronteras de mi piel.
Estoy consciente de no haber inventado nada nuevo. El camino del corazón, el camino de la gente sencilla, ha sido desde tiempo inmemorial la vía más directa hacia la realización. La conocida epístola de San Pablo a los Corintios podíamos reescribirla para el tema que nos ocupa de la siguiente forma: “Aunque pueda realizar viajes astrales y aunque tenga el don de vivenciar otros planos dimensionales, si no tengo amor no soy más que una consciencia fragmentada identificada con un cuerpo”.
Y es que, en lo referente a tecnología espiritual, tampoco hay nada nuevo bajo el sol.
Miguel Ángel García